domingo, 6 de mayo de 2007

El reencuentro (cuatro segundos)


Cerró los ojos y aún estaba allí, entonces trataba de olvidar lo que le había hecho olvidar. Abrió los ojos y se dio cuenta: nada sería lo que alguna vez fue.

Lo vio. Acercó su cuerpo, sobre todo su cara. Las narices se rozaban, podían respirar sus alientos. Su pecho estaba obstruido por una corriente eléctrica que luego le recorrió todo el cuerpo. Las palabras no hacían falta. Se hablaban por los ojos.
Ella mantenía la cabeza alta, el cuello estirado y a veces tragaba un poco de saliva sin cambiar la seriedad de su rostro. Él, no podía decidir cuál de los dos ojos mirar. Su cabeza gacha, le producía un dolor sobre el cuello. Sin embargo no quiso moverse. Sus brazos conservaban la postura original, sueltos, lacios e insensibles.
Un suspiro repentino los motivó. Pero el silencio seguía reinando en toda la casa. La noche hacía dormir a cada ser vivo que resistía el frío invierno. Ellos ya no podían resistir. El tiempo les había hecho olvidar tantas cosas que ya no recuerdo. La puerta de la entrada seguía abierta, un viento frío lograba acapararse del momento y hacía que de sus narices saliera vapor. Temblaban congelados.
Ella no recordaba hasta entonces, la forma de aquel par de aretes que él traía puestos. Una imagen en su mente: un pequeño lamido de uno de ellos, una excusa barata para poder saborear un poco de piel. Un beso en el cuello y otros cuántos más entre oreja y aros. Todavía podía recordar. Su olor sobre la almohada, su voz, un cariño.
Él la había visto otras veces. Nunca había recordado tanto como esta. Un flash back de su sonrisa, otro de sus palabras sabias. Un olor a vainilla que acompañó cada momento con ella. Ese olor, que ahora los rodeaba, le hizo sentir una puntada dolorosa en la parte inferir de su abdomen. Una sensación de angustia y ansiedad.
Tres segundos y sus cuerpos seguían en las mismas posiciones. Se miraban fijamente, ya no resistían y sin embargo ninguno se movió. Deseaba tocarla. Pensaba en una situación: cintura, caderas, brazos, rostro y entonces besos; muchos besos, sin detenerse, toda la noche; en aquel cuarto, ese que ya habían usado alguna vez. En su memoria: ropa interior negra, respiraciones agitadas, una película en la televisión que sirvió entonces de música de fondo. Una hendidura en la cama de la que se reía, con una carcajada coqueta. Entonces su cuello estirado hacia atrás, un beso, otra carcajada. Rozar con su torso sus cenos y entonces descubría la megia de su piel.
Pero, ahí estaban parados frente a frente, con la puerta de entrada abierta, el frío y la luz de la luna. Fue tan corto.
Cuarto segundo. Un pestañeo lento zanjó sus destinos. Una ráfaga de viento movió su falda, su pelo, unas hojas en la mesita de la entrada salieron volando. Por un instante sus ojos quisieron seguir mirándose, pero la suerte estaba ya dibujada.
Hasta hoy, cierra los ojos y se imagina que está ahí. Revive el momento, recuerda lo que alguna vez le hizo olvidar. Intenta olvidarlo, pero lo recuerda más. Sólo hasta hoy, pues esta mañana abrió los ojos y se dio cuenta de que nada sería lo que alguna vez fue.