martes, 24 de abril de 2007

Los ardores de Caperucita


El canasto, tapado con un paño de flores amarillas, fue entregado a Caperucita. Su madre le pidió que lo llevara a la casa de su abuela que quedaba al otro lado del bosque.
Así partió Caperucita. Vestida entera de rojo: su vestido era rojo, sus zapatos, su pelo e incluso esos delicados labios brillantes que iluminaban los ojos de cualquiera.
Ese día de verano intenso, se despidió de su madre y salió de su casa alrededor de las 8:00pm.
Caminaba por el bosque. Miraba hacia todos lados con cautela. Los sonidos de susurros secretos asustaban e inquietaban a la sutil criatura. Entre el espesor de los árboles se oían gemidos y murmullos de animales feroces. Un suave olor a humedad envolvía los pasos de Caperucita.
De pronto tras un árbol de manzanas se oyó una voz que pronunciaba su nombre de una manera especial, lenta y tenue, exhalaba el aire que la traía consigo.
Caperucita se detuvo y sin mover la cabeza, sólo con sus ojos, miró lentamente hacia distintas partes. El lugar era oscuro, las copas de los árboles se movían con el denso viento. Volvió a mirar y escuchó nuevamente el susurro delirante, pero esta vez tan cerca que pudo sentir su respiración. Un olor extraño desgarró su nariz y por el conducto nasal se escabulló hasta haber llegado a cada una de las extremidades de su cuerpo. Un severo escalofríos erizó sus vellos.
Inhaló y exhaló profundamente mientras cerraba sus ojos. Dobló su cuello hacia un lado y movió su lacio cabello rojo para dejar al descubierto la piel y una parte del hombro se alzó con delicadeza.
De pronto sin más ni menos, sintió una caricia fría y esponjosa que se movía sutilmente por aquella piel erizada ante aquel olor detonador de pasiones ocultamente guardadas dentro de sí.
Abrió los ojos e inmediatamente una especia de pañuelo negro los cubrió. Sintió como una manos frías acariciaban temblorosas su espalda cubierta por el vestido rojo. Lentamente aquellas manos comenzaron a bajar el cierra del vestido. Caperucita solo sentía un deseo inflamante dentro de su cuerpo que no la dejaba moverse.
El vestido cayó descubriendo aquella piel blanca perfectamente contorsionada, increíblemente virgen ante la mano de Dios. Aquel secreto que tenía guardado y que ahora daba a conocer en medio del espeso y húmedo bosque.
Una gota de sudor cayó por sobre su ahora descubierta espalda, hasta topar con una braga de lencería fina color rojo que dejaba entrever un poco de piel por medio de pequeños agujeros que formaban rosas.
Aquellas manos comenzaron a moverse dando la vuelta a su cuerpo, llegando a su abdomen. Subieron nerviosas y una de ellas rasguñó su piel. Caperucita no sintió dolor, sino una especie de electricidad que corría desde los dedos de sus pies hasta la cima de su cabeza.
Cuando las manos llegaron a sus pechos y comenzaron a acariciarlos con firmeza y dedicación, aquella niña se transformó en un monstruo feroz que gemía y respiraba fuertemente. Su pelo rojo se movía de lado a lado. Su boca se abría mirando hacia arriba y estirando su blanco cuello transpirado de pasión.
Una ráfaga de viento helado interrumpió aquel delirante episodio y voló aquel pañuelo que tapaba sus ojos aún cerrados. Los abrió y se encontró sola sentada sobre el suelo, apoyada en el tronco de un árbol, descansando de la larga caminata hacia la casa de su abuela.Se paró con firmeza, bostezó y con las manos aún temblorosas recordó aquel susurro de pasión que la hacía estremecer en su sueño. Sonrió levemente y siguió su camino hacia la casa de su abuela.

Diana Matus.-
-derechos eróticos reservados-